POBRE DIOS
15-3-25
En todo el recorrido
que a diario debo hacer por la vida, especialmente por el hecho de vivir en un
barrio popular, lo que me permite interactuar con personas muy diferentes y tan
especiales, que me obligan, en ocasiones, a pensar que esto es un plan divino
para que nunca me falte la inspiración, y temas para escribir mis artículos, en
cualquier conversación o incidente que suceda.
Sin proponérmelo, tengo
una magia para atraer a la gente, por eso, casi todas las personas que pasan
por el frente de nuestra casa me saludan y me llaman de diferentes maneras: jefa,
reina, princesa, madame, mujer hermosa. Y otros más que ahora no recuerdo.
La situación se me pone
en ocasiones tan difícil, que cuando mi marido está trabajando en la
computadora, la cual está en la sala, he tenido que escoger un rinconcito en la
galería, oculto al público, para que la gente, al pasar, no me vea observando
lo que acontece por el sector, y las cosas que, sin proponérmelo, vienen a
comentarme.
Siempre tengo temas en
agenda.
Esto me ha llevado a enterarme de las diferentes
actividades a que se dedican, positivas o negativas, las personas que me
rodean, y lo mucho que todas ellas, al parecer, creen en Dios, a su manera,
pero se ponen muy serias y respetuosas, cuando de hablar de este ser supremo se
trata.
Es de esa manera como
la mujer, que todo el mundo sabe que es infiel, el adicto, el que tiene fama de
ladrón, los chismosos, los mentirosos, hacen ostentación de su creencia
religiosa, y la defienden por encima de todo.
Analizando todo esto,
he llegado a la conclusión de que todas las personas que se vanaglorian de su
fe, antes de cometer un delito, o realizar un hecho bochornoso, por encima de
todas las cosa, unen sus manos, y piden protección del ser supremo. ¡Pobre
Dios!